La Foto del Toisón

sábado, febrero 28, 2009

Se ha concedido el Premio Ortega y Gasset de periodismo a la mejor información gráfica 2008 a esta imagen.

La foto de El Rey y Suárez

Lo primero que debo hacer, es dar las gracias por la concesión de un premio tan importante a un simple aficionado a la fotografía. Si ante la concesión de todo premio, la prudencia y la humildad son las mejores compañeras, en este caso, mucho más. Primero, por el “intrusismo profesional” que perpetro; y segundo, por que el sentido común nos dice que, lo que de verdad se está premiando, es el enorme cariño y admiración que despiertan los protagonistas, el sentido político de la imagen y su carácter único…, no al fotógrafo.

En cualquier caso, es un inmenso e inmerecido honor recibir un premio con semejante nombre. Todavía recuerdo la obsesión de mi padre por cerrar la brecha abierta entre las dos españas -las de Ortega-:  «la españa vital» y «la españa oficial» y que quedo plasmada en esa archifamosa frase de «elevar a nivel político de normal, lo que a nivel de calle es, simplemente, normal.»

La foto comenzó a gestarse el día en que Su Majestad me llamó para comunicarme que le iba a conceder “el Toisón de Oro” a mi padre. Aquel día, coincidimos los dos en  que, lo mejor, era que fuese el propio Rey en persona quien le hiciera entrega del mismo en casa. Por diversas razones, la entrega se demoró un tiempo. Un tiempo durante el cual, no paré de darle vueltas a la posible foto que pudiera informar de la visita Real. No en vano, me había comprometido a informar de cualquier hecho relevante y, este, ciertamente lo era.

Un día, hablando con Su Majestad, le propuse hacer una foto de los dos, paseando por el jardín, de espaldas a la cámara. La idea le entusiasmó.  Llegado el momento, La Casa me propuso enviar un fotógrafo. Un ofrecimiento que decliné, con el respeto debido. Un respeto al que hoy, debo unir mis disculpas al profesional al que le hubiese “correspondido” acudir, seguramente, hoy sería él el autor de estas líneas. Puede ser criticable, pero no quería, ni quiero, a nadie extraño con una cámara en mi casa y con mi padre en las circunstancias en las que se encuentra. Insisto una vez más en pedir disculpas, e insisto, con todo mi respeto, en mi criterio.

Una vez llegados al jardín con las insignias del Toisón y entregadas éstas a su nuevo titular, el Rey, con la naturalidad que le es propia, se “metió a mi padre en el bolsillo” –tarea que puede resultar difícil en estos momentos- y comenzaron a dar el paseo que ha quedado inmortalizado en la imagen premiada.

Me encantaría decir que soy un genio de la fotografía y que realicé tal o cual maniobra… pero mentiría. Me eché al suelo literalmente –quería una imagen desde abajo- con mi EOS 20D y su objetivo 28-135mm 1:3.5-5.6 IS, provisto de un simple filtro Skylight. Los únicos enemigos eran la luz del medio día y… mis nervios. Olvidé poner el disparo en ráfaga, pero lo que veía por el visor era demasiado bueno como para empezar a manipular la cámara. Disparé cinco veces y comprobé el resultado en la pantalla. Estaba seguro de haber conseguido lo que quería y así se lo hice saber al Rey, quien, con un guiño cómplice, se dio por enterado. A partir de ahí, el paseo siguió su curso, ya en total intimidad. Por unos momentos, entonces, creí recuperar el pasado de mi padre. Hoy, cada vez que la miro, comprendo que no hay en ella ni pasado ni futuro, tan solo lo mejor de una España que fue y que puede seguir siéndolo siempre… depende de nosotros. Ese es el verdadero y único valor de la imagen, no su autor.

No se premia a un fotógrafo si no a lo que es capaz de evocar en nosotros la imagen lejana, pacífica e incluso dulce de dos personajes que cambiaron el rumbo de nuestra historia. Y es que, si esa imagen tiene algún mérito, ese es, precisamente, el de evocar en cada uno de nosotros lo mejor de nuestra historia política colectiva en un momento de convulsión y discordia: que la Concordia fue posible. O como decía el titular de un periódico el día de su publicación: la Concordia no fue un sueño.

Alguien, podrá decir otra cosa, pero yo hoy quiero hacer mías las palabras que SM ya dedicó a mi padre hace algunos años, y lo hago para devolvérselas, uniéndole al elogio que él entonces le dedicaba: sin ellos, nunca hubiéramos volado ni tan alto, ni tan lejos.

La foto que hoy se premia tiene una parte de magia: la evocación de esa excelencia colectiva que nos permite soñar con aquello que ya fuimos capaces de alcanzar… pero tiene también otra de deseo. Creo no equivocarme si digo que media España estaba deseando darle un abrazo a su presidente enfermo y fue Su Majestad quien, una vez más, supo hacer suyos los deseos de la inmensa mayoría de los españoles y representarles en esa mano tendida sobre el hombro de mi padre. Como hijo doy las gracias al Rey por su apoyo y cariño, y por haberle dado la oportunidad a mi padre de hacer aquello que siempre había soñado. Pero como un español más que también soy, le doy las gracias por llevarle a mi presidente un apoyo y un cariño que no todos tenemos la oportunidad de llevarle personalmente.

Cuando se recibe un premio, es también importante el corresponder. No encuentro hoy mejor forma de hacerlo que recibir esta distinción, no como un premio, si no como un compromiso de futuro: mantener vivo el Espíritu de la Transición y la llama de la Concordia que la hizo posible.

Por último, debo compartir el premio. Aquel día 17 de julio de 2008, había un tercer protagonista, un tercer testigo que lo ha sido también de buena parte de nuestra historia y que siempre, o casi siempre, queda fuera del marco de la foto. Por ello quiero hoy hacer protagonista también a la Reina, discreta, como siempre, de aquella mágica visita. No apareció en la foto, pero fue parte esencial de la misma y todavía tengo fijada en la memoria la sonrisa que iluminaba el rostro de mi padre a cada una de sus palabras. El peso de la historia marcaba la foto, permítame hoy Señora, reparar esa ausencia con mis palabras y con la entrega de la dotación económica que acompaña al premio, para que lo destine al proyecto Alzheimer de la Fundación que lleva su nombre.

¡Muchas Gracias!

RESTRICCIONES DE USO: Esta fotografía tiene restricciones de uso establecidas por el autor, propietario de todos los derechos de la imagen. No puede ser utilizada fuera de contexto, ni con un enfoque ofensivo, desfavorable o irrespetuoso, ni en campañas publicitarias o informativas de ningún tipo. Es necesaria la autorización expresa del autor, Adolfo Suárez Illana, en caso de duda.

Intrahistoria de una foto para la Historia
El Mundo 19/07/2008
José Luís Gutiérrez

Los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía,  en la mañana del pasado jueves, 17 de julio, tejían sin saberlo un  singular  tapiz griego  de coincidencias y predestinaciones que acabaría materializado en una fotografía insólita, formidable, histórica, de rara calidad artística y periodística que, al día siguiente, ocuparía el lugar de honor de las “primeras” todos los diarios.

La instantánea recogía la visita del Rey   al expresidente Adolfo Suárez en su casa madrileña de La Florida. Antes, poco después de las 12 del mediodía, los monarcas habían recibido y saludado  a todos y cada uno de los casi cuatrocientos adolescentes de la Ruta Quetzal-BBVA   en el madrileño Palacio Real, con frecuentes ojeadas regias al reloj, sin duda acuciado Juan Carlos por una agenda densa y excesiva. La visita a Adolfo poco después de la una, la despedida en Barajas al Custodio  de las Dos Mezquitas, el Rey Abdullah de Arabia Saudita…

En  la tarde del mismo día, un pase privado del prometedor filme de Antonio del Real “La conjura de El Escorial” ofrecía una abrumadora e insistente exhibición del Toisón de Oro –la condecoración más exclusiva y valiosa del mundo, creada por Felipe III en 1429, desde ese virtuosismo que acreditan los reyes para negociar  con los siglos, con la Historia- sobre los negros terciopelos del pecho de Felipe II (al que da vida un contenido y muy británico Juanjo Puigcorvé).

El presente  que el Rey le entregaba a Adolfo Suárez sí era, en cambio, doblemente real: las insignias de la Orden del Toisón de Oro que la Corona le había concedido al Duque de Suárez- y  el preceptivo acuerdo del  Consejo de Ministros- un año antes, por sus servicios a “España y a la Corona”, por su “coraje y valentía”  a lo largo de la Transición.

Durante algo más de una hora y cuarto los Reyes pasearon con Adolfo Suárez por el césped del jardín de su chalet madrileño, con la sola presencia del Duque y de su hijo mayor, Adolfo Suárez Illana y su mujer, Isabel. Por razones de elemental respeto, la Casa Real no envió a ninguno de sus fotógrafos.

Y la fotografía, ofrecida en alta resolución (1,53 Mb)  a todo el que deseara reproducirla, en la página Web de la Zarzuela (www.casareal.es), era una de las cinco instantáneas tomadas por Adolfo Suárez Illana (firma: A.S.I.) con su Canon Eos digital.

Pocas veces una fotografía acumula tan apretada carga de símbolos y  significantes que la hacen merecedora de todos los galardones. De espaldas, el Rey toma del hombro con su brazo derecho a Adolfo Suárez sobre el césped del jardín ante un verde e impreciso horizonte de bambúes. Ni los cinceles helénicos de su creador hubiera plasmado con semejante concordia, belleza y exactitud la levedad armónica y marmórea de la curva praxiteliana que simula el movimiento en las estatuas,  de las piernas (inexplicablemente cercenadas por algunos medios) de ambos y, especialmente,  las del Duque de Suárez. El Hermés de Praxíteles, el David de Miguel Ángel simulan desde la quietud mineral del mármol el mismo grácil movimiento del cuerpo que recoge el instante detenido, capturado,   por los motores vertiginosos de la Canon Eos de Suárez Illana.

El “contrapposto”, el enunciado del  arquetipo praxiteliano aparece exactamente reproducido en el  ademán inconsciente del Duque.   La figura- tan juncal y bien conservada como siempre (“guapo”, le piropearía la Reina)- con  una pierna flexionada y  elevada la cadera del lado opuesto y  el  hombro de ese mismo lado  a menor altura que el hombro contrario, dibujando el cuerpo una S imaginaria, unas leves y elegantísimas curva y contracurva.

El rostro del Duque,  su gesto apacible y dulce, con el pelo de la nuca, a sus 75 años,  aún negro,   sin reconocer a quien tan cálidamente le abrazaba, sumido en los  enigmáticos abismos  de su dolencia irreversible y  progresiva. Cobraba también significado el acertado título de un libro editado por esta Casa: “Adolfo Suárez. Una tragedia griega”.

Ese alejarse de los dos grandes protagonistas de la Transición sugiere, también, una cierta y manriqueña evocación del tiempo pasado, del fin de una Era, acaso del fin de la Transición entendida como hasta ahora. Y, acaso, el anuncio premonitorio del  final de una larga y  hermosa amistad.
(El Mundo, sábado, 19 de julio 2008)
El Rey visitó al ex presidente Suárez (Foto: A.S.I.)

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