Prólogo a «Pasión por la Libertad» de Federico Quevedo
sábado, marzo 3, 2007En 2007 Federico Quevedo escribe un libro, con mi total colaboración, sobre el pensamiento político de Adolfo Suárez González. Además de recomendarles su lectura completa, les ofrezco el prólogo del mismo.
No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy sin miedo que libre escandalice
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice…
En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.
Pues sepa quien lo niega y quien lo duda
que es la lengua la verdad de Dios severo
y la lengua de Dios nunca fue muda.
(Francisco de Quevedo)
Prólogo
Es mi obligación dejar las cosas bien claras desde un principio, aún a riesgo de enfadar al editor: estas no son las memorias de Adolfo Suárez González, ni tienen las páginas siguientes nada que ver con ellas. Me dejó muy claras instrucciones a ese respecto y las voy a cumplir. Es más, en buena parte, el cumplimiento de esa promesa que le hice, motiva este libro. En él, no se tratan “las historias, los entresijos o cuchicheos” de la Transición, aunque espero ayuden a guardar buena memoria de todo ese proceso y del que considero uno de los más grandes políticos de todos los tiempos. Por el contrario, se rehúye entrar en el devenir de los acontecimientos y la participación en los mismos de sus actores para centrarse, nunca mejor dicho, en las interioridades del pensamiento político de su principal protagonista a través de sus propias palabras que, vistas con la perspectiva de los años transcurridos, cobran una especialísima dimensión. Bien es cierto que, a su través, es más fácil entender algunos de los acontecimientos que tuvieron lugar y los motivos que los originaron.
Pero insisto, el motivo de este libro no es la explicación de los hechos, sino dar cuerpo al pensamiento político que impulsó toda aquella ingente obra y que ha sido resumido en una palabra: centrismo.
El centrismo no es simplemente una palabra bonita, o un atractivo caladero de votos moderados, o un determinado modo de comportamiento en la vida pública. Por encima de todo ello, el centro constituye un planteamiento político con una carga ideológica claramente definida. En este libro se intenta plasmar ese contenido ideológico del centrismo recorriendo un camino muy particular: escudriñar minuciosamente los artículos, discursos, conferencias, programas y demás testimonios que nos ha dejado su más importante y representativo baluarte.
Este “chusquero” de la política, como a él orgullosamente le ha gustado siempre definirse, se forjó a sí mismo, lo que le ha valido no pocas críticas, cuando no desprecios, de algunos sectores… Con pocas –aunque siempre importantes- ayudas, transitó un camino que le llevó desde la estación de Atocha, donde acarreaba maletas, hasta el Palacio de La Moncloa, desde donde pilotó, junto a Su Majestad el Rey, un proceso que, diseñado por ambos años antes, constituye un hito histórico, único y modélico de transición política de un régimen dictatorial a un estado social y democrático de derecho bajo la forma de una moderna monarquía parlamentaria. Permítanme tomar prestadas las palabras de ese Machado que tanto admiraba para decirles que, haciendo uso de una admirable capacidad de anticipación y persuasión, fue haciendo camino al andar, y así construyó, poco a poco, con la fuerza de la convicción, todo un tratado de liberalismo desde su íntima formación humanista cristiana y desde el más profundo respeto a la libertad individual. El lo definió como “centro reformista”.
Hago referencia a su formación en el humanismo cristiano porque, de otro modo, es imposible entender la obra de Adolfo Suárez González. Ha sido siempre un hombre fiel a sus profundas raíces cristianas, manteniendo la unidad de vida. Frente al relativismo moral hoy imperante, él siempre defendió la necesidad de concordancia entre los hechos y las creencias, entre lo que se dice y lo que se hace, especialmente en la vida pública. Frente a las corrientes que hoy invitan a dejar a un lado las creencias a la hora de abordar los asuntos públicos, Adolfo Suárez González mantuvo siempre la necesidad de defender las propias convicciones desde el profundo respeto a los demás. Quien obra renunciando a sus propias convicciones, está dejándose imponer, de entrada, las convicciones de los demás. Y una cosa es ser respetuoso con los demás y no imponer tus creencias y otra, muy distinta, renunciar a la esencia de uno mismo, al orgullo legítimo de una forma de pensar y ser; al derecho a construir y expresar tu discurso con absoluta libertad y con el legítimo fin de ejercer tu propia influencia en la sociedad a la que perteneces. En este sentido, es especialmente importante uno de los textos que en este libro se estudian y que, siendo relativamente reciente, recoge de forma muy precisa su pensamiento en lo que se refiere a la relación entre ética y política, puesto en obra mucho antes. Me estoy refiriendo a la conferencia que pronunció en la Academia General Militar de Zaragoza el 21 de mayo de 1996. Les recomiendo vivamente su lectura.
Para él, toda la acción política está dirigida a un objetivo: el individuo. Concibe el Estado como garante de las libertades individuales, no como controlador. Por ello son los mismos individuos quienes, a través del Estado, garantizan a cada miembro unas mínimas oportunidades sobre las que, cada uno, con su esfuerzo y su valía personal debe construir su futuro. Esto es, la sociedad de mérito frente al igualitarismo colectivista.
Ese centro-reformista, en su concepción integral y profunda y a cuya construcción se dedicó en cuerpo y alma durante toda su actividad política, es lo que inspira el llamado “Espíritu de la Transición” que, aunando aportaciones, voluntades y esfuerzos de todo el entramado social y político de la época, acaba por proporcionarnos la etapa de mayor progreso social, económico y político de toda nuestra historia como nación. Desde esta óptica, se entiende el “enfado” de Adolfo Suárez con la izquierda que pretende apropiarse del término “progresismo” y que le lleva a decir que “la izquierda no detenta, como pretende, el monopolio de la definición del progresismo. No creo que el socialismo tenga, con carácter general y en la España de nuestros días en particular, capacidad o autoridad moral para proclamar en exclusiva lo que es progresismo y lo que no lo es… La experiencia histórica más reciente pone así de manifiesto que el auténtico progresismo solo puede definirse razonablemente como desarrollo de los principios y valores que vertebran las sociedades democráticas y pluralistas”.
No sería completa esta introducción sin mención expresa al principal instrumento de Suárez: el consenso. Es evidente que un Gobierno es elegido por la mayoría para gobernar siguiendo el programa que defendió ante las urnas. Sin embargo, ello no está en contradicción con dos principios básicos sobre los que incide continuamente Suárez: el respeto a las minorías y la necesidad de acordar conjuntamente las políticas esenciales del país, entre ellas, las reglas del juego. Esos fueron los ejes fundamentales del consenso en la Transición y hemos de reconocer que fueron de una eficacia extraordinaria.
En no pocas ocasiones se hace referencia a la imperfección de nuestra Carta Magna y a sus enormes lagunas. La pregunta surge de modo inmediato: ¿Por qué un instrumento “tan imperfecto” ha resultado tan eficaz? En primer lugar porque tiene su origen en la necesidad común y no en la exigencia. El punto inicial de partida de todo aquel proceso fue la necesidad de un pueblo de abrirse a la libertad, a la concordia y al progreso tras cuarenta años de dictadura y división en un país que no acababa de superar las viejas heridas. España entera demandaba a gritos las reformas y hubo una clase política que supo conectar con su pueblo para impulsar esas reformas: ¿recuerdan aquel famoso discurso de “elevar a nivel político de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”? Nunca antes en nuestra historia una clase política al completo había entendido mejor la necesidad de sus conciudadanos. Nunca antes en nuestra historia un Rey había entendido mejor el deseo de su pueblo. En segundo lugar, porque la Constitución del 78 no nació con vocación de perfección técnica en ningún aspecto, ni podía acabar siendo el resultado de la imposición de unos sobre otros; simplemente debía ser el marco de convivencia estable y pacífica entre todos los españoles. Por primera vez en su historia, España entera se daba a sí misma una Constitución de Concordia. Se ponía punto final a la larga historia de desencuentros entre españoles a través de la reconciliación. No hubo desmemoria, sino todo lo contrario. La viva imagen de los horrores cometidos por todos fue lo que hizo posible esa reconciliación renunciando todos al origen común de todas nuestras disputas: la imposición.
Para aquellos que puedan pensar que en esta obra no se reconocen los méritos legítimos de muchas personas sin las cuales hubiera sido imposible la Transición, debo decirles que estoy en absoluto acuerdo con ellos y sirvan estas líneas a tal fin, pero deben comprender que no se tratan aquí los “hechos y protagonistas” del momento, sino la herencia que, desde el punto de vista del pensamiento político, nos deja Adolfo Suárez González. Si me lo permiten, citaré una vez más a nuestro protagonista, cuando habla de lo que debe exigirse a un político en nuestros días, sus palabras pueden ser tremendamente reveladoras en este punto: “…Su acierto no depende tanto de las grandes hazañas que lleve a cabo personalmente, sino de su capacidad para crear un cuadro de condiciones de convivencia libre y pacífica en el que todos los ciudadanos y todos los grupos puedan desarrollar sus energías y potencialidades y realizar su vida desde sus propias convicciones y en el respeto a las convicciones de los demás”. Esta es la verdadera herencia de Suárez. Lo importante de Suárez, no es lo que hizo, con ser mucho, sino cómo lo hizo. Si atendemos a lo que él mismo nos ha venido reiterando desde aquel angustioso “no quiero que la democracia sea un paréntesis en la vida de los españoles”, hasta las palabras citadas unas líneas antes, queda claro que lo importante no es la obra –mucho menos los chismes-, que como toda reforma, en constante adaptación a la sociedad a la que pertenece, debe ser base de la siguiente; sino la forma en que se acuerdan y acometen esas reformas. Ese es el verdadero legado de Suárez, su herencia. Ahí reside la intención y la importancia de este libro.
Quiero expresar también mi más profundo agradecimiento a Federico Quevedo por su abnegación en este trabajo que ha trascendido, con mucho, los límites de lo profesional.
No quiero ser muy extenso en este prólogo y les invito a sumergirse ya en las profundidades del libro, pero permítanme terminar no con mis palabras, sino con las que su verdadero inspirador, escribió con ocasión de XXV Aniversario de la coronación del S.M. El Rey, Don Juan Carlos I, y que suponen, de hecho, la última de sus referencias a la Transición y, en cierto modo, su testamento político. En ellas hay una perenne llamada a tener presentes los valores que la hicieron posible:
“El Estado social y democrático de Derecho es una creación de la razón y una construcción de la voluntad que entre todos, día a día, hay que arraigar y perfeccionar. Es el único camino para lograr la libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad, y para conseguir que los sentimientos y los intereses legítimos de todos los sectores del pueblo alcancen plena y armoniosa satisfacción.
Ese camino –decía- es el que los españoles hemos iniciado en la Transición. Ese camino y el impulso de la libertad y justicia que nos hizo andar, es el que podemos mostrar a quienes puedan encontrarse hoy en una situación parecida a la que nosotros teníamos hace veinticinco años, porque de ese camino y de ese impulso, con todos los errores propios de toda obra política y humana, podemos sentirnos –con toda humildad- legítimamente orgullosos”.
Adolfo Suárez Illana
Madrid, febrero de 2007
Tuve la ocasión de asistir a la presentación de este libro y allí me hice con un ejemplar. El fantástico prólogo es el principio de una lectura apasionante. Enhorabuena por su colaboración y por haber facilitado con ella su publicación. Gracias
Este libro debería ser el MANUAL de nuestros políticos. La forma de hacer política dell entonces Presidente Suárez no tiene nada que ver desgraciadamente con la de hoy en día; nadie ha «heredado» sus valores, sus principios, su coherencia y su honradez en todos los sentidos,
SR.SUAREZ: GRACIAS POR TODO,LO DICE UN CONVENCIDO DE QUE SIN UD,EL CAMBIO NO HABRIA LO EJEMPLARIZANTE QUE FUE
Sin usted no hubiéramos llegado a conocer la democracia. Gracias.
La vida no ha sido justa con usted.
Jamás llegaremos a vivir y tener un presidente con su honestidad… lástima que los »politiquillos» de ahora no aprendieran de lo que usted hizo.
Le extraño muchas veces Sr. Suarez… España esta cada día peor.
Mis respetos
Muchas gracias Paquita. Le haré llegar sus palabras a mi padre. Un saludo.