Abrir las Puertas
martes, junio 17, 2008Publicado en El Mundo con ocasión del congreso del PP en Valencia
Yo he sido un candidato elegido a dedo… y fue un error. No puedo ni debo culpar a nadie de aquello que yo acepté. De ese error soy el único responsable, y así lo manifesté el día de mi marcha. Fue un error personal que marcó todo mi devenir político posterior. Alguno –quizá con razón- dirá que el error fue elegirme a mí… pero eso es harina de otro costal y, en cualquier caso, lo mío ya no tiene arreglo.
Como militante, observo con cierta desilusión los movimientos que algunos de los grandes dirigentes de mi partido están protagonizando en los últimos días. Como observador de la vida política de los últimos treinta años, nada de lo visto extraña, pues se ha repetido la historia de un partido “gobernante” que pierde las elecciones.
Hace cuarenta años, en este mismo suelo que pisamos, el Presidente del Gobierno, los Gobernadores Civiles y hasta los Alcaldes, eran elegidos por un reducido grupo de personas, cuando no por un sola. Es cierto que había unas elecciones a Cortes… que todos conocemos. Se decía también, que era mejor señalar un Alcalde que permitir una pelea intestina entre vecinos para su elección; que no todo el mundo estaba preparado para tomar tales decisiones y no sé cuántas cosas más. Esto, entre la gente de buena fe, no entro en los argumentos de quienes simplemente defendían un privilegio que les beneficiaba. En definitiva, producía vértigo abrir de par en par las puertas y ventanas a la democracia real. A devolver al pueblo la soberanía política que se había ganado, por ejemplo y no únicamente, en aquel lejano 2 mayo de 1808 que ahora celebramos.
Sin embargo, hubo otro grupo de gente que, al contrario de lo que ocurrió en aquel heroico 1808, fueron capitaneados por un Rey capaz de entender y asumir como propios los deseos de su pueblo. Se pusieron manos a la obra y, con no pocas dificultades y zancadillas que hoy parecen increíbles, consiguieron algo insólito: que todos los españoles recuperaran la soberanía perdida y se pusieran de acuerdo entorno a un grupo de normas básicas de convivencia. Había nacido la Constitución de la Concordia.
Hoy, al PP, que se declara heredero político de aquella UCD que lideró el proceso –cosa que ha sido ratificada por el propio Adolfo Suárez González-, no le debería temblar el pulso. Si bueno es aprender de los aciertos, aún sería mejor aprender de los errores que le llevaron a su desaparición.
Es evidente, por fortuna, que el Partido Popular, y especialmente sus bases, distan mucho del caos que fue aquella UCD, y, en estos últimos cuatro años, ha hecho gala de una fortaleza extraordinaria. Ello es tan evidente como la perplejidad con la que esas mismas bases han asistido a los recientes e inoportunos desencuentros entre algunos de sus dirigentes.
Es de vital importancia para todos, no sólo para nosotros, encontrar un sistema que permita que la legítima competencia entre las personas que pretenden liderar el partido, no frustre la convivencia, ni la consecución de los objetivos del conjunto.
No soy nadie para sentar cátedra, pero como militante de base que soy, tengo derecho a opinar. Creo que es necesario debatir ese sistema. Pero debatir como decía Marías, estando abierto al argumento del contrario, a entenderlo y valorarlo. Después, sólo después, estaremos en disposición de rebatir y acordar. Es necesario alejar el debate de la conveniencia de las personas y fijarnos en qué es lo mejor para todos. Por eso mismo, no deben entenderse mis palabras como gesto de apoyo a tal o cual persona.
Sé lo difícil que es dirigir un partido y conozco el vértigo que produce no controlarlo, pero sólo el examen del acuerdo con la base produce el control que da el verdadero liderazgo. Tengo una gran relación con la mayoría de los que argumentan en los últimos días. Hay puntos de razón en casi todos, pero hay algo ineludible: abrir más la puerta a la participación de las bases en las grandes decisiones de partido. No sirve, a estas alturas, escudarse en el sistema de elección de compromisarios. Todos sabemos cómo funciona y que la participación es mínima, lo que genera desafección. Tampoco debemos encasillarnos en la imposición un sistema de primarias abiertas en el que puedan participar incluso los no afiliados; un sistema que, además de no ser cercano a nuestra cultura política, no se utiliza más que en algunos estados –pocos- de los mismísimos Estados Unidos de América.
Creo que el objetivo claro es generar ilusión. Ilusión, volviendo a Marías, entendida como esperanza cuyo cumplimiento es especialmente atractivo. Ilusión, entendida como motor capaz de hacernos perseverar ante las dificultades de nuestras vidas. Ilusión, entendida como capacidad de anticipación, de imaginación de un futuro mejor por el que merece la pena luchar.
La labor fundamental del político es ilusionar. Ilusionar y conducir las ilusiones de su pueblo a su realización final. Creo que es imposible alcanzar tal grado de complicidad sin la participación de las bases.
Tenemos en junio una buena oportunidad para hacer de la necesidad virtud y sentarnos a idear y poner en práctica un sistema abierto a todos que fomente la participación masiva de los militantes, genere ilusión, ideas, equipos y líderes sólidos capaces de conducir esa ilusión.
Hace algo más treinta años, unas Cortes anacrónicas fueron capaces de entender que el futuro estaba en otras manos, aunque ellas tuvieran la llave. Algún día, tendremos que darles las gracias por no hacer más difícil que pudiéramos alcanzar ese futuro.
Me llegué a creer eso de que el PP era el heredero político de Adolfo Suárez pero, hoy en día, lo dudo y mucho. Aquella UCD generó ilusión, aquellos hombres contaban con una enorme preparación, aquel sistema estuvo abierto a todos y entendió claramente cuál tenía que ser nuestro futuro. Sinceramente, no creo que mi partido represente, actualmente, al partido del presidente Suárez. Qué pena…