Sentirse Torero
miércoles, septiembre 2, 2009Conferencia ofrecida en la peña Los de José y Juan
y presentada por Manuel Molés.
Marzo de 2008, Las Ventas, Madrid.
Una vez más debo comenzar agradeciendo el cariño con el que he sido recibido. Permítanme decirles que soy plenamente consciente de que todo ese cariño no es solo para mi, pero puedo prometer y prometo que se lo haré llegar a su legítimo titular mañana mismo.
Dicho esto, y metiéndonos ya en faena, lo primero debería ser preguntar ¿por qué estoy aquí? ¿Cuál es la extraña razón que ha movido a aficionados de tanto prestigio como los que hoy tengo delante, a invitarme a pisar unos terrenos hollados antes por ilustrísimos personajes del mundo del toro? Estoy, casi, convencido de que no he sido invitado por mi condición de político y creo poder afirmar, sin miedo a equivocarme, que la respuesta, al margen de otras cuestiones como mi ascendencia y su consecuente notoriedad, es fundamentalmente una: soy torero. El más humilde y pequeño de todos, pero soy torero. Me siento torero por los cuatro costados y me llena de legítimo orgullo el poderlo decir. Quizá por eso y porque es sabido de todos que los toreros no sabemos hablar bien, me he traído conmigo al político, por si le hace falta al torero con “el piquito de oro”.
No me extenderé mucho en este primer toro que abre plaza, para dejarles más tiempo a ustedes y a sus inquietudes en el tiempo faena de ese segundo toro de coloquio, pero permítanme ahora hablarles con el corazón en la mano acerca de mis sentimientos como torero.
Dicen los guaraníes –uno de los pueblos que mejor conocen la naturaleza y que habitan uno de los parajes más hermosos de toda la tierra- “Daipori político cué” (No hay expolíticos). Yo añadiría que “Daipori torero cué” (no hay extoreros). Y es que en el caso de los toreros, quien desea serlo lo deseará por siempre y quien llega a serlo, lo será hasta la muerte.
Con esto, queda esbozada una pregunta que flota en el aire desde el mismo comienzo de la Fiesta. El torero… ¿Nace o se hace?
Partidarios muy respetables hay de una y otra respuesta, pero tengo para mi –y soy prueba andante de ello- que no hay duda de que el torero de verdad se hace. Y les explico mis razones.
Es evidente que todo torero, para llegar a serlo, necesita de la archifamosa “potencia aristotélica”. Es decir, de ese conjunto de capacidades, de condiciones que le permitan poder llegar a ser. Y es precisamente con ese conjunto de condiciones con las que sí se nace y quien con ellas nace, podrá decir que “se siente torero”. Pero estarán ustedes conmigo si les digo que casi todos los españoles nacemos con esa “potencia” recorriendo nuestras venas y que la mayor parte de las veces se traduce y se queda en ese deseo de “haber sido yo el de ese cartel” y se manifiesta en las calles aledañas de cualquier plaza de toros, tras una gran corrida, en lances y muletazos al viento dados por los aficionados con chaquetas, pañuelos, periódicos, almohadillas y cualquier cosa que sirva para revivir las hazañas protagonizadas por sus héroes pocos minutos antes.
No les puedo transmitir lo muchísimo que disfruto ejecutando y viendo ejecutar ese “toreo al viento”, ni lo importante que me resulta, pues él encierra un sentimiento íntimo: el deseo de todo un pueblo que trasluce su profunda admiración por esa forma de creación artística.
Pero siendo importante todo eso, para poder decir que “eres” torero, esto es, vivir en primera persona esas hazañas, necesitas “actualizar esa potencia” con la que naces. Esto es, convertir esas posibilidades, ese muletazo al viento con el Aplausos en la mano, en realidad; en un muletazo desmallado, lento, bajo y profundamente sentido a un Samuelón que acabe poniendo en pie al público de cualquier plaza. Y eso solamente se consigue con un esfuerzo ímprobo y continuado. Con una enorme constancia y una gran capacidad de sufrimiento. Es decir, el torero de verdad se HACE y necesita tiempo.
Nos encontramos pues ante dos cuestiones distintas. Por un lado tenemos el sentimiento, el deseo que puede anidar en el corazón de cualquiera. Por otro, la materialización de ese deseo en hechos a través de una voluntad comprometida, que sólo habita en el corazón de los hijos del esfuerzo.
Por eso, parafraseando a mi admirado tocayo Gustavo Adolfo Bécquer, podríamos decir que: “…podrá no haber toreros, pero siempre habrá torería”. Porque la torería subyace en todo lo que toca y mira quien se siente torero, pero solo será digno de tal nombre quien recogiendo todo ese bagaje centenario de torería asuma el riesgo, ponga todo su empeño y esfuerzo y se presente ante los demás en una plaza dispuesto a desarrollar el espectáculo más singular de toda la tierra: bailar a muerte con un toro. Porque esa es la verdad incontestable, el corazón que late bajo la piel de este ancestral arte: la muerte. Por ello, solo quien esté dispuesto a morir acabará por merecer tan ilustrísimo título: el de ser Torero.
Llegados a este punto, me voy a permitir la osadía de dar un viraje personal, pero para ello es necesario hacer un pequeño preámbulo.
Creo que, a estas alturas, si por algo me conocen, es por la encendida defensa que hago de otro torero: mi padre, de su figura y de su memoria. Lo hago por muchas razones. Y aunque sobren las palabras, les diré que lo hago por que me siento profundamente agradecido; porque me siento profundamente orgulloso del padre que tengo; por que le quiero con toda mi alma y porque además creo que es lo más importante que en estos momentos puedo hacer por él. De él lo recibí todo y a él se lo debo todo.
Con esto en la cabeza, sabrán valorar en su justa medida lo que les voy a decir a continuación y podrán comprender que no contiene reproche ni altivez; si orgullo y sinceridad: ha sido en el ruedo, el único lugar del mundo donde yo no he sido el hijo de Suárez. Sé que del callejón hacia arriba la cosa cambia –y sé que es para bien, pero cambia-. Sin embargo, en el ruedo, al de negro, al colorado o al chorreado en verdugo, le importa muy poco quién eres tú o de dónde vienes; eres simplemente el enemigo.
Les puedo asegurar y les aseguro –si me permiten la broma- que esa sensación de dependencia de ti mismo en soledad, tan inmediata, vital y de prestigio, que sientes en una plaza ante un toro bravo, es única, atenazante, estimulante, embriagante y… cuando logras domeñar todos los elementos que en ese ruedo concurren, es una sensación dulce, muy, muy dulce.
Quizá alguno que no sepa de toros ni de toreros –y por tanto nadie en esta sala- podrá sentirse escandalizado por que yo me llame torero. Pero lo hago porque es de LEY. No soy una figura del toreo, ni siquiera un profesional, pero si soy torero, con todas las letras y con todo el respeto del mundo.
Hay toreros de “a pie” y hay toreros de “a caballo”. Hay toreros de “Oro” y hay toreros de “Plata”. Y yo, con toda la humildad de la que soy capaz –que no es mucha- defiendo aquí hoy, que también hay toreros de “Corto” que pueden y deben defender con la misma dignidad y legítimo orgullo que todos los demás, el espectáculo más singular de toda la Tierra.
Bien sabe Dios, y quizá por eso mismo lo hizo, que si la oportunidad que me brindó con 36 años me la hubiese brindado con 16, yo hoy sería matador de toros profesional, seguro. No sé si hubiera triunfado o hubiera muerto pronto, pero si les digo que no imagino para mí otro camino intermedio.
Por ese pundonor y por ese respeto que tengo por los toros y toda su gente, no he querido tomar la alternativa que tanto me han ofrecido grandes figuras del toreo y por encima de todo amigos. Sé que lo hacían de buena voluntad y con el profundo deseo de premiar el esfuerzo y la afición sin medida que han visto en mí. Yo sé –y eso es lo verdaderamente importante- que puedo matar toros, y de hecho me enfrentado hasta con cinqueños de mi suegro –que no es decir poco-, pero hay que ser sincero, una cosa es lo que hago yo, y otra, muy distinta, la profesión de torero.
Una cosa es enfrentarte veinte tardes al año, a veinte toros bien escogidos para ti y ante un público agradecido por el festejo benéfico que se le brinda y otra cosa, muy distinta, enfrentarte a una temporada de verdad por todas las plazas del mundo, sorteando toros de muy distinta condición y sometido a una exigencia rigurosa.
Tomar la alternativa, en mi caso, habría sido tan solo un paso de vanidad personal que nada hubiese aportado a la Fiesta. Sería como decirle a mis amigos los toreros que lo que ellos hacen lo puedo hacer yo también. Y me niego a semejante barbaridad. Yo estoy aquí para servir a la Fiesta, no para servirme a mi. Yo estoy aquí para darle gracias a los que me han hecho un hueco en carteles que hubieran sido el sueño de cualquier torero. Y también estoy aquí, para reivindicar ante la afición que hay otra forma un poco más comprometida de participar en el mundo de los toros: la del aficionado práctico.
El mundo de los toros lo necesita y está claro que los profesionales están dispuestos a abrir ese hueco a los aficionados, siempre que vengan a servir y no ha servirse; siempre que lo hagan con profundo respeto y, claro está, con las dos condiciones clásicas que este arte requiere: el suficiente nivel técnico y las famosas “pilas”, porque aunque el traje corto no tenga luces, también necesita pilas… para que la cosa brille… digámoslo así.
Pero ya en serio, si yo hubiese aceptado vestirme de luces –y les doy mi palabra de honor que es algo por lo hubiera dado casi cualquier cosa- habría traicionado todo aquello que defiendo y la forma profunda y respetuosa en la que siento el toro. Además, sinceramente, creo que no tengo mejor regalo que ofrecer a mis amigos los toreros que mi respetuosa renuncia a las luces, que no a la torería.
Una renuncia que es sincera porque está bordada con valor, con respeto y con la más loca y apasionada de las aficiones.
Por eso el día de mi despedida el 14 de octubre pasado en la Plaza de Toros de Espartinas, le pedí a mi suegro que me echara el toro de mayor trapío y nota que pudiera –y el muy “canalla” me hizo caso y casi me muero cuando vi salir aquel cinqueño hondo por la puerta de toriles-. Quiero que sirvan estas palabras de homenaje a ese toro excepcional que me permitió realizar el toreo que siempre había soñado. Se llamaba “Escribanejo”, nº 75, hijo del “Azucena” y le fue concedido el indulto todo un sueño en esas tierras sevillanas. Pero quería despedirme de mis compañeros haciendo, lo que tantas veces les había dicho a lo largo de mis 8 años largos en activo: quien se viste de torero y hace un paseíllo con las figuras con las que he tenido el privilegio de hacerlo yo, curtidas a sangre y cornadas por todas las plazas del mundo, debe ser también capaz de ponerse delante de un toro de verdad sin paliativos.
Creo que es la mejor, por no decir la única forma que tiene un torero de manifestar al público y a sus compañeros que les respeta, que no viene a hacerse una foto bonita, sino a darlo todo –dentro de sus capacidades y limitaciones- para defender desde la profunda honestidad del toreo una forma de expresión cultural centenaria y mítica.
Creo que, si alguno, ese ha sido mi único éxito: el respeto profundo a esta profesión. Soy consciente de mis grandes limitaciones técnicas y de mis cualidades artísticas, pero nadie ha podido decir jamás que no ha habido entrega absoluta por mi parte cada vez que me he puesto delante de un toro.
Por eso, y tratando de evitar los temidos avisos de Madrid, quiero entrar a matar hoy ante ustedes este primer toro de palabras y sentimientos que les he brindado, con la espada del legítimo orgullo y la humildad -la poca humildad de la que es capaz quien se siente tocado por Dios con uno de los más singulares dones que Él regala-, para decirles que seré el más humilde de todos, lo acepto, pero soy y me siento, profundamente, torero.
Muchas Gracias.
Me ha encantado el discurso. Maneja muy bien el idioma y le imprime gran sentimiento. Preciosa y acertada la referencia a su padre, don Adolfo, al que estimo y profeso cariño y admiración. Un saludo muy cordial.
Estimado Juan Luís:
Muchas gracias por sus elogiosas palabras, especialmente las referidas a mi padre, a quien le haré llegar su cariño.
Reciba un muy cordial saludo,
Adolfo
Cuando tenía 16 años mi sueño era ser torero y me fui a la finca del maestro Ortega en los Caños de Meca, donde pronto descubrí que no tenía el valor suficiente para torear vaquillas toreadas. Si me puse delante de alguna becerrilla pequeña pero poco más.
Luego tuvimos, por capricho de mi padre, un espectáculo de caballos y trajimos dos vaquillas de Domecq, también toreadas, para rejonear y yo aproveché. Una se las sabía todas y le conseguí dar un trincherazo; la otra si que se podía torear, pero la toreó un novillero de la zona. Al día siguiente me puse delante y le aguanté un rato, pero no me gusta dejarme coger y cuando veo que ya no puedo me quito. También me puse un par de veces, una en Salamanca en la finca de Alipio, y otra en una fiesta de un amigo, en una finca que creo que compró Manolo Díaz El Cordobes.
De esa forma, se fue diluyendo en mí la vocación y durante años tuve mucho peso por lo que nunca me planteé ni volver a ponerme delante de vaquillas. Y menos con copas que es cuando se suelen hacer estas cosas.
Vivo en Fuengirola, y soy amigo de los Galán, de Fernando Cámara, y especialmente de José Fuentes que se que me enseñaría lo que es la técnica. Ahora he perdido mucho peso porque estoy preparando una maratón, y a mis 37 años hay día que sueño con hacer lo que usted ha hecho. Prepararme un año, primero en una escuela taurina y luego en algunos tentaderos, pero ni tengo tiempo ni me van a dejar torear vacas así como así. Pero el gusanillo sigue y nunca se sabe si algún día soy capaz de hacerlo.
Le admiro tanto como a su padre y más después de leer este artículo. Creo que su padre en su día demostró a todos los españoles lo que es el valor. Por tanto es un gran torero al igual que usted. No creo que llegue a torear, por lo que de momento he comentido la osadía de meterme a político en UPyD, pero eso es por amor a la patria. Hay que sentirse español de alguna forma y el PP me parece una España de banderitas en las pulseras y que mira más al pasado que al futuro. Una pena.
Gracias don Adolfo, gracias de corazón, porque con lo que acabo de leer, mi afición y mi deseo de ser práctico crece aún más . La verdad, teniéndolo difícil por aquí y no conociendo nadie del mundo taurino, sigo con esperanza. Chapeau maestro. José de murcia
Muchas gracias y mucho ánimo. Un abrazo
Sí, nos has transmitido lo que para ti significa «valor» por muchas razones, no solo por vestirte de corto, y dar rienda a tus sueños. Sino por tu capacidad de abarcar a todos tus seres queridos… «el apoyo» que cada día brindaste a las personas que más has querido. Y hablando en términos taurinos… has cogido tu traje de luces y has iluminado la vida de muchas personas anónimas en las que me incluyo. De alguna manera eres un eslabon de tu padre, del cual no tengo más que palabras de agradecimiento, por lo que ha significado para muchos de nosotros.
Tienes arte como torero y como persona. Gracias.
Buenas, ante todo, gracias por transmitirnos esa sensatez y esa elegancia en tu hacer y decir las cosas.
Perdona que te tutee pero créeme, no te ha hecho falta vestirte de luces. No hay nada más bonito que sentir como algo brilla dentro de ti cuando estás delante del toro. ¿Me equivoco?… esas son las mejores lentejuelas…. las del alma.
Enhorabuena torero
Mi más sentido pésame por la pérdida de su padre.
Fue una persona muy querida para mí. Siempre me transmitió honradez en la política, cercanía, serenidad y creencias firmes, que comparto.
Tengo 55 años, vivo en Zaragoza y en todas las ocasiones que se presentó a unas elecciones , le voté.
Gracias a Dios por su persona. Un abrazo para toda la familia.Marisol Bestuer San Juan